Con mucha frecuencia, en la bibliografía
de distintas publicaciones se observan nombres y autores que, además de
repetirse y reiterarse como fuente de información en innumerables ediciones,
estas obras – debido a la época en que fueron escritas – están prácticamente
“desaparecidas” en nuestros días. Cuando por azar o por una eventualidad se
tropieza con uno de estos raros ejemplares, la Polilla Jazzera que uno lleva por dentro, sabe que el “alimento” en
estos casos consiste en conservar ese material y, dado la importancia del
tratamiento procurado al tema desde la perspectiva histórica, la conveniencia
de revisitarlo y compartirlo. De eso se trata. Otra mirada, a partir de aquella
mirada. (JR)
Continuación…Idénticas
características revisten las expresiones musicales y poéticas de los
afroamericanos. El látigo, el cepo, la maza, el collar, el “tumbadero” y otros
“placeres” de los esclavistas, no lograron borrar una tradición artística que
se remonta muy lejos en el tiempo y en el espacio.
Por
eso el lenguaje musical creado por la raza de Cam no es jamás monótono. El
hombre de tez oscura siempre evita caer en la uniformidad de la expresión.
Nunca se refleja la rutina en el espejo de sus manifestaciones artísticas. Su
arte es esencialmente dinámico.
Tanto
los cantos litúrgicos, como los seculares, están imbuidos de este dinamismo.
Mediante las corrientes de la improvisación y la variación, que se alimentan de
sus raíces, éstas conservan siempre su verdor; se perpetúa su vitalidad. Pues
dos personas no entonan un mismo verso o una misma melodía en forma idéntica.
No se puede hablar de una versión “estándar” de ellos. Como en el “jazz”, cada
uno lo interpreta a su manera. Se intercalan variaciones de “tempo”, de ritmo,
de timbre, de melodía. La habilidad de los bardos desempeña un papel
descollante. Hay casi tantas versiones de cada canto, como cantantes, ha dicho
el compositor y musicógrafo doctor Robert Nathaniel Dett. Porque el lenguaje de
la raza negra vive en función de la variedad de sus formas y de su contenido.
Música
esencialmente popular, de ascendencia negra y folklórica - teoría que no admite
por un instante discusión - y que conserva su cálido aliento, nada extraño
resulta que en el “jazz” la improvisación tenga asignado un papel de tan subida
trascendencia. Con ello, pues, la música sincopada no procede arbitrariamente,
sino que recoge una tradición de antiguo arraigada en sus creadores, los
negros, y en sus antecesores, las diversas ramas del árbol folklórico de las
negrerías yanquis. Pues todas ellas viven de la vitamina de la improvisación:
el “shout”, los “spirituals” los cantos de trabajo, los “hollers”, los “blues”,
las baladas, las canciones de danza.
Además,
como sus creadores eran músicos espontáneos, lógico es que este elemento
adquiera tan señalada importancia. “La vida activa del “jazz” está ligada a la
improvisación” expresa el crítico belga Albert Bettonville.
Y,
desde el punto de vista artístico, se justifica su valor, porque constituye,
sin duda alguna, una forma natural y llana de “componer” y ejecutar música.
Realizada por instrumentistas hábiles e inspirados, se eleva a las más altas
cumbres de la expresión musical; es la esencia del “jazz”, según sostiene Abbe
Niles. (Continúa)
Tomado
de: “Estética del Jazz” de Néstor R. Ortiz Oderigo / Ricordi Americana, Buenos
Aires, Argentina, 1951
Foto: Mobile Strugglers
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