- Pero si los árboles no tienen pelo, João - interrumpió la psicóloga que seguía su estado.
- Y hay personas que no tienen poesía…
“Joãozinho se está volviendo loco”. Don Juveniano lo espetó así al resto de la familia. Desde que su hijo había vuelto a Juazeiro, no hacía otra cosa que lamentar su suerte. Podía haber sido médico, abogado, ingeniero, lo que hubiera querido, hasta que aquella historia de la música se le metió en la cabeza y emprendió aquel largo viaje hasta Río de Janeiro. Ahora se encontraba allí, encerrado en su habitación, con su guitarra, sin ganas de ver a nadie. Dewilson, su primo hermano y médico psiquiatra, se ofreció a llevarlo a Salvador de Bahía, a que lo trataran lejos de los chismorreos de aquel pueblo.
Sin embargo, la locura de João no tenía una fecha exacta de comienzo. Siempre se le consideró un “tipo raro” desde que llegó a Río, procedente de la lejana Bahía. Indisciplinado, nunca logró tener un trabajo que le diera la estabilidad necesaria para dedicarle tiempo a su guitarra. Tampoco consiguió nunca vivir más de unos meses en el mismo sitio. Siempre encontraba alguien que le admiraba y terminaba por acogerle en su apartamento, como siempre hasta que encontrara otra cosa, y como siempre, acababa con João en la calle a los pocos meses. Y así vuelta a empezar, hasta que una vez, a comienzos de 1955, se encontró completamente perdido.
Aquel “descenso a sus propios infiernos”, como lo llama Ruy Castro, lo llevaría de Río a lugares como Porto Alegre, Diamantina, Salvador, hasta su Juazeiro natal. Quizá, la etapa más importante la vivió en Diamantina, en Minas Gerais, donde vivía su hermana. Llegó de allí procedente de Porto Alegre, después de un accidentado viaje en autobús que le llevó a un lugar equivocado, a casi cuatrocientos kilómetros de distancia de su destino. Sin dinero, se las alegró para llegar a casa de su hermana semanas después. Allí llegó derrumbado emocionalmente.
Apenas salía de las cuatro paredes de su habitación. Cuando lo hacía era para encerrarse en el baño un buen rato, que cada vez iba a más. Siempre llevaba consigo su guitarra y se podía oír un cansino y repetitivo acorde tras la puerta. De noche, se deslizaba hasta la habitación donde dormía su sobrina, Marta María, y le cantaba y tocaba, bajito, al pie de la cuna.
Dadainha lo acogió durante ocho meses. Justo los que, como reconocería después, le bastaron para cambiar su vida. Aquellos días en los que apenas se quitaba el pijama en todo el día, le tuvieron entregado a sacar de aquella guitarra el ritmo, la armonía y la forma de cantar que siempre anduvo buscando. Donde mejor podía medir la reverberación de las cuerdas de su guitarra, lo que duraban las notas si tocaba de uno u otro modo, era precisamente entre las paredes forradas de azulejos del baño. Aquella sonoridad le permitió hacer pruebas y pruebas con su voz, para que se acoplara con aquellos acordes. La prueba de fuego era tratar de cantarle a Marta María a las tres de la mañana. Cuando años después grabó Chega de saudade, a muchos les pareció que aquella forma de cantar “bajito” no era lo que se entendía por cantar. Hasta que Carlinhos Lyra dijo que la bossa nova se canta “como quien habla al oído de una mujer”.
Fuente: Bossa Nova. La historia y las historias, de Ruy Castro
Traducción de José Antonio Montano.
Turner, 2008, 535 pp.
Traducción de José Antonio Montano.
Turner, 2008, 535 pp.
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