domingo, 18 de abril de 2010

La Polillazzera: Africanismo del Jazz (2)

Con mucha frecuencia en la bibliografía de distintas publicaciones, se observan nombres y autores que, además de repetirse y reiterarse como fuente de información en innumerables ediciones, estas obras – debido a la época en que fueron escritas – están prácticamente “desaparecidas” en nuestros días. Cuando por azar o por una eventualidad se tropieza con uno de estos raros ejemplares, la Polilla jazzera que uno lleva por dentro, sabe que el “alimento” en estos casos consiste en conservar ese material y, dado la importancia del tratamiento dado al tema desde la perspectiva histórica, la conveniencia de revisitarlo y compartirlo. De eso se trata. Otra mirada, a partir de aquella mirada. (JR)
Continuación…Por consiguiente, para juzgar sus auténticos quilates es necesario conocer el fondo que la respalda y, sobre todo, enfocarla desde un punto de mira distinto del de la música nacida de fuente europea.
En la música africana, el ritmo alcanza una importancia tal, que hasta se ha llegado, por ello, a ignorar la trascendencia de sus melodías, de sus polifonías y de los nutridos coros de voces excepcionales, cuyos cantos “hacen parecer groseras, simples, rudimentarias a las canciones populares francesas”, según dice André Gide.
Las faenas agrícolas colectivas, los grupos de remeros o cualquier otra labor que requiera movimientos rítmicos regulares, se acompañan de instrumentos de percusión.
Los tambores, en los ritos sacro-mágicos, desempeñan un papel de señalada consideración. Cada uno de los dioses posee un “toque” particular, mediante el cual se lo evoca, y los ritmos del tam-tam contribuyen a la posesión o trance en que caen los fieles. El tamborero goza de un tratamiento especial dentro de la comunidad y se los respeta por el virtuosismo de su arte.
Las melodías africanas que no son tan breves como a menudo se ha dicho, puesto que Nicholas G. J. Ballanta Taylor halló muchísimas de doce y de dieciséis compases, acusan una marcada tendencia a ondularse en forma descendente, rasgo éste que ha heredado de la música afro-americana en general y los "blues" en particular. Las frases son de breve extensión y se reiteran con frecuencia. Es común el empleo de intervalos menores que los semitonos y las escalas exhiben mayor variedad que las de la música de origen europeo.
Pero es necesario subrayar tres rasgos de la mayor consecuencia: la alta complejidad rítmica que logra el arte sonoro africano, especialmente en lo que concierne a las superposiciones de varios ritmos distintos o, polirritmias; el fraseo “off beat” de las melodías, y la forma antifonal o responsorial, en la que el líder del canto entona un fragmento y el coro le responde con otro, generalmente invariable: el “refrain” o estribillo. Por eso se denomina “call and response” o sea “llamado y contestación”. El “refrain” o estribillo es lo que en poesía se llama “ritmo negro” o “rima suplementaria”. Es el equivalente del famoso “¡Oyé ye yumbá!” de los candombes afro-rioplatenses. Y aparece lo mismo en la “rumba”, la “conga” o el “son” afrocubano, que en el “candomblé”, “xangó” o “macumba” afro-brasileño, así como en los cantos de trabajo, en los “negro spirituals” y hasta en los “blues” afro-estadounidenses.
Teniendo en cuenta los usos para los que están destinados los cantos del oeste de Africa, podemos clasificarlos en los siguientes grupos: canciones de trabajo, cantos ceremoniales, canciones de cuna, cantos de juego, cantos de danza, canciones bélicas y de amor.
Continúa…

Tomado de: “Estética del Jazz” de Néstor R. Ortiz Oderigo / Ricordi Americana, Buenos Aires, Argentina, 1951

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