...A Flores Castro
—Qué cosa más boba: rimar pececitos con besitos.
Aquella fue la sentencia que Lila hizo al nuevo trabajo de su esposo, Vinicius de Moraes. Chega de saudade era algo que Tom Jobim compuso muy poco después de Orfeo da conceiçao, una endiablada samba-canción en tres partes, que contenía una enorme dificultad a la hora de encajar la letra en aquella estructura melódica. “Pois há menos peixinhos a nadar no mar /Do que os beijinhos que eu darei na sua boca” (Pues hay menos pececitos nadando en el mar /que besitos te daré en la boca).
Tom Jobim se quedó absorto cuando João Gilberto le cantó Hó-bá-lá-lá en su apartamento y pudo distinguir la singular “batida” que le imprimía a su guitarra. Pronto se dio cuenta del campo de infinitas posibilidades que aquel ritmo ofrecía. ¿Cómo había llegado a aquello aquel muchacho delgaducho? Le había visto alguna madrugada en el Hotel Plaza, hace muchos años, cuando él sólo era un buen pianista que animaba las noches de muchos establecimientos de Copacabana. Luego volvió a verlo a las puertas del Todo Azul, caminando como ido y con el pelo considerablemente largo. Ya no volvió a saber de él hasta aquella noche. Tan sólo algún rumor acerca de su vuelta a Bahía, donde al parecer había estado internado en un sanatorio mental. Jobim fue directo al cajón donde guardaba todos sus borradores y canciones aparcadas esperando un momento mejor. Chega de saudade era una de ellas. Aún recuerda cómo se le ocurrió escuchando el canturreo de la muchacha que limpiaba en el piso de su madre.
Aquella forma de tocar “simplificaba el ritmo del samba y dejaba mucho espacio para las armonías ultramodernas que él intentaba hacer”. Como en otras ocasiones, llamó a Vinicius para que escribiera la letra.
—Mira, no me seas tan sofisticado —zanjó Vinicius.
Trabajaban bien juntos. Él ponía el conocimiento musical y Moraes, su indudable talento poético, que debía compaginar con su trabajo de diplomático. Muchas veces llegaron a componer por teléfono. Sin embargo, una de las más conocidas ocurrió en la terraza del bar Veloso, en el barrio de Ipanema, en la esquina de las calles de Montenegro y Prudente de Moraes. Hacía tiempo que bajaban allí a tomar algo juntos, y en aquellas idas y venidas surgió la historia de Heloísa, una hermosa mujer de 19 años, de ojos verdes y largos cabellos negros, que traía de cabeza a los que frecuentaban el establecimiento. Alguna vez la vieron pasar, camino de la playa.
Allí, en el verano de 1962, nació Garota de Ipanema, sin duda la canción que lanzaría mundialmente aquella nueva forma de tocar y cantar. (Continuará…)
Fuente: Ruy Castro / Traducción de José Antonio Montano / Turner, 2008, 535 pp.
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