Con mucha frecuencia, en la bibliografía de distintas publicaciones se observan nombres y autores que, además de repetirse y reiterarse como fuente de información en innumerables ediciones, estas obras – debido a la época en que fueron escritas – están prácticamente “desaparecidas” en nuestros días. Cuando por azar o por una eventualidad se tropieza con uno de estos raros ejemplares, la Polilla Jazzera que uno lleva por dentro, sabe que el “alimento” en estos casos consiste en conservar ese material y, dado la importancia del tratamiento procurado al tema desde la perspectiva histórica, la conveniencia de revisitarlo y compartirlo. De eso se trata. Otra mirada, a partir de aquella mirada. (JR)
(Continuación)…Laura Boulton, estudiosa que formó parte de la expedición Strauss efectuada al África Occidental, nos ha dado una excelente descripción de las características por ella observadas en la música de dicha zona: “La música en África es para toda la comunidad, y todos, desde los más chicos hasta los viejos, participan en ella. Está vinculada al trabajo, a la diversión, a las actividades sociales y religiosas de los nativos, que resulta difícil aislarla y estudiarla aparte del papel que desempeña en la vida del pueblo. Aunque es más compleja en ciertos aspectos que la música de otros pueblos pre-letrados, posee ciertos factores en común con toda la música “primitiva”…Fracciones de intervalos (menores que los semitonos) parecen ser empleados con frecuencia. Las escalas son muchas y variadas. Mientras que la música de la mayor parte de los pueblos “primitivos” consiste tan solo en melodía y ritmo, los africanos han desarrollado una interesante forma de música de partes. El canto antifonal, con solista y coro que le responde, prevalece en toda África. Hay una definida técnica de canto característica de los negros; una frecuente vaguedad en el tono, un corto “glissando” que precede al ataque en sí, una rauca calidad vocal, cultivada por las mujeres, varios trucos de “sprechstimme”, ocasionales efectos de canto a boca cerrada, etcétera. Esta manera de canto es tan típica, que acompaña al negro a dondequiera que vaya y da a su música, aun en el Nuevo Mundo, un sabor africano.
Es quizás en el campo del ritmo donde la música africana brinda las mayores contribuciones al mundo occidental. El ritmo constituye el impulso dinámico en la vida de los nativos, y su manifestación más importante surge a través de la música. Nuestros músicos modernos se sienten atraídos por la compleja organización rítmica de la música africana y los contornos vigorosos y libres de las melodías, con sus extraños intervalos y sus exóticas combinaciones tonales”.
El ascendiente que el negro ha ejercido en la patria de Lincoln no puede rebatirse sin invadir el terreno de la arbitrariedad. Ha sido ampliamente documentado, en el plano material y en el dominio espiritual, por cuantos se han puesto en contacto con los afroamericanos o se han consagrado a los estudios africanistas. Razón tuvo el profesor James Weldon Johnson cuando dijo que, en materia de música y de danzas, los norteamericanos se desviven por pasar por negros. Y los filósofos como Keyserling y Jung han señalado la enorme gravitación que la raza negra ha tenido en los Estados Unidos.
Con sobrados motivos, el certero crítico literario y musical, Isaac Goldberg, escribe: “La influencia del negro en la psicología del norteamericano ha sido tremenda y, a menudo, más potente donde se la niega con mayor vehemencia. La línea Mason y Dixon está escrita en nuestros libros de decretos y en nuestras geografías; está inscripta en nuestras categorías sociales; sin embargo, nunca produjo impresión debajo de la superficie de nuestras mentes. El blanco puede haber educado al negro, pero esta educación ha sido devuelta en una docena de formas sutiles. Nosotros le impartimos conocimientos; él ha contribuido a darnos pasión, que no es la menor de las dádivas. Desde un principio, el blanco se ha sentido bajo cierta compulsión de imitar al negro, primero en el ridículo y con superioridad; luego, con comprensión y simpatía. El negro, en casi todos sus pasos, ha participado en la creación de nuestro cancionero”. (Continúa…)
Tomado de: “Estética del Jazz” de Néstor R. Ortiz Oderigo / Ricordi Americana, Buenos Aires, Argentina, 1951
Ilustración: Raúl Colin (1927)
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