La cuestión de las sobrevivencias africanas que se advierten en las diversas manifestaciones artísticas – así como en el campo cultural, social y psicológico en general – desarrolladas por el hombre de color que la marea esclavista trajo a playas de América, y de sus descendientes aclimatados al nuevo medio ambiente, es uno de los temas que con mayor apasionamiento han sido debatidos por todos los investigadores consagrados al estudio de las cuestiones afrológicas en el Nuevo Mundo. Todavía no se ha logrado armonizar las opiniones. Mas en estos últimos tiempos se han agitado pruebas evidentísimas de la honda gravitación de la gente de tez morena en todos los aspectos de la vida social y artística de América, y se han rectificado no pocos “mitos” y preconceptos divulgados hasta muy recientemente.
Autoridades en materia de pesquisas africanistas se han pronunciado, apoyados en testimonios científicos irrefutables y en largas y pacientes observaciones, en el sentido de que la incidencia de los modos y la cultura del negro en la cultura y los modos de los pueblos americanos tiene raíces más extendidas y vigorosas de lo que antes se había aceptado.
(…) Relatos que hacen referencia al tráfico de esclavos entre las costas del continente africano, los Estados Unidos, las Indias Occidentales y el Río de la Plata, aseguran que muchas veces (…) los tratantes les permitían subir a cubierta y a ejecutar sus danzas que, según el testimonio de un viajero, “era lo que hacía renacer la vida de esos infelices”.
En el libro del capitán Canot hallamos una de las pocas y más antiguas referencias a la auténtica importación de la música africana al continente americano. En uno de sus ilustrativos capítulos dice:
“Durante las tardes serenas, a los hombres, mujeres, muchachas y muchachos se les permite, durante su estancia en cubierta, cantar melodías africanas, que ellos animan mediante el golpeteo del fondo de una cuba o un tacho”.
(…) El fontanar de donde procede el “jazz” se encuentra en el África Occidental, de manera que, antes de penetrar en el estudio de la transculturización en la música sincopada, del arte sonoro nacido en el continente negro, conviene señalar algunas de las características más notables del lenguaje musical de los nativos.
Contrariamente a lo que es frecuente creer, la música africana acusa múltiples y variadas facetas. De una zona a la otra, sus formas, sus rasgos rítmicos, su contenido y su estilo difieren considerablemente. Hablar de una música africana es tan incorrecto com mencionar una música europea. “Hay tantas formas musicales como dialectos – ha dicho el eminente antropólogo doctor Melville J. Herskovits – y lo que es más importante, cada cultura posee diferentes maneras de canto”.
En África, la música no es un “arte por el arte”, sino que tiene invariablemente su fundamento social, pues está vinculada a las actividades de la comunidad, en cuyos patrones culturales desempeña un papel de subida trascendencia. Ligada a la danza, que según Geoffrey Gorey ocupa el primer lugar entre las artes de matriz africana, forma parte indisoluble de las ceremonias que se realizan conmemorando hechos o acontecimientos relacionados con la vida cotidiana del pueblo. Los nacimientos, las bodas, los sepelios, la caza, la guerra, el trabajo, la diversión, van invariablemente acompañados de música. “Ninguna ceremonia africana es completa sin fondo musical”.
La música negra, conjuntamente con el canto, el baile y la mímica, es arte para algo socialmente trascendental. Tiene una teología, un propósito de función colectiva; una acción, no una distracción. No es música de “diversión”, al margen de la vida cotidiana; es precisamente, una estética “versión” de toda la vida en sus momentos trascendentes. Música que no solo dice, música que hace; para aviar a las gentes por el camino de la vida, y no para desviarla de sus funciones comunales. Continúa…
Tomado de: “Estética del Jazz” de Néstor R. Ortiz Oderigo / Ricordi Americana, Buenos Aires, Argentina, 1951
Foto: Circus Baobab
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