Brasil es un país enorme y su música es muy variada. La música está por todas partes y forma parte del alma brasileña. Para los brasileños la música es un pasaporte a la felicidad y, en el siglo XX, una parte de ese paraíso llegó al mundo exterior causando más impacto en la música popular internacional que cualquier otro país. Las diversas músicas brasileñas comparten tres destacadas características: contienen un intenso lirismo que suele producir melodías hermosas y muy expresivas; el alto nivel de poesía que hay en sus letras y, también, los ritmos vibrantes afro-brasileños que dan vigor a sus canciones, desde la samba al baiao.
La samba se convirtió en una parte fundamental del vocabulario musical en todo el mundo y recibió un impulso nuevo cuando una de sus variantes, más sosegada y moderna, la bossa nova, fue conocida internacionalmente gracias a la película "Orfeo negro", de 1959. Los músicos de jazz también ayudaron a popularizar aquella nueva música que tenía una sincopa alegre, una armonía moderna y una engañosa sencillez. Al igual que la samba, la bossa nova es ahora una parte importante del repertorio musical internacional, sobre todo en el reino del jazz.
Al tiempo que la música brasileña influenciaba el jazz en el hemisferio norte, en Brasil una destacada nueva generación de cantantes y compositores saltaba al primer plano y creaban una ecléctica variedad de fuentes de dentro y fuera de Brasil, denominada "música popular brasileña", que integraba ritmo, armonía y letra, dando como resultado una de las músicas populares más ricas que jamás haya salido de un país. La música brasileña tiene ante todo una profunda capacidad para conmover el alma. Su sonido y sus letras son un reflejo de los brasileños, de su alegría o su tristeza desinhibidas, de su notable capacidad para la celebración y del importante concepto de saudade.
Todos los años se celebra el dos de febrero, en Salvador, Yemanjá, la orixá de las aguas, que en el candomblé, la religión afro-brasileña, se halla sincretizada en la Virgen. Una procesión de saveiros, embarcaciones a vela típicas de Bahía, ofrece al orixá cestos llenos de jabones, joyas, rosas rojas y otras flores. Si Yemanjá acepta los dones, los cestos se hundirán en las aguas en señal de buen auspicio; si los rechaza, rosas y joyas flotarán a la deriva y Bahía temerá por la pesca y sus gentes.
En el interior de la selva de Oxumarê, dedicada al dios del arco iris, una sacerdotisa, mâe de santo, lleva a cabo la ceremonia de purificación de una filha de santo, adepta del candomblé, esparciendo los vegetales contenidos en la escudilla sobre su cabeza mojada...
El eje de este proceso cultural fue y sigue siendo el candomblé, el culto a los orixás. Estas divinidades traídas de Africa son de origen yoruba y encarnan las fuerzas de la naturaleza, representando una especie de alter ego divino para los adeptos que los "convocan" con los tambores sagrados para que se manifiesten en la danza. Según la leyenda, el mundo de los hombres y el de los dioses se hallaban comunicados entre sí, hasta que los hombres lo ensuciaron todo. Entonces el dios supremo de los Yoruba, Olodumaré, separó lo divino de lo humano. Esta sanción dejó una infinita tristeza y una insoportable nostalgia de la unión y plenitud perdidas. Los hombres se vieron privados de la espiritualidad y del soplo divino, mientras que los dioses echaban de menos el cuerpo y la danza. Para restablecer temporalmente esa unidad los hombres empezaron a utilizar la música de sus tambores sagrados. Los orixás, fieles a la llamada, penetraban en los cuerpos de los hombres, en estado de trance, para realizar una danza humana y divina que reunificaba ambos mundos. De esta unión regeneradora, ambos extraían el axé, el principio sagrado, la energía vital que invade todas las cosas de la creación.
Además de haber sido un elemento unificador para los grupos disgregados por la esclavitud, el culto de los orixás ha traído a Brasil una religiosidad mística a la vez que sensual, una manera de moverse, una lengua, una nueva gama de sabores y un universo sonoro muy vital.
Los cariocas no pueden vivir sin el fútbol, la samba y las playas. Las playas son un gran teatro del mundo, un lugar donde se busca el placer, donde se exalta la belleza del cuerpo, donde se expresa la alegría de vivir a través de la música, bailando o chutando con virtuosismo un balón en la arena. La playa anula las contradicciones y problemas de la ciudad, que se deshacen al sol, donde la pobreza de las favelas apenas se divisa entre los espacios libres de quedan en medio de los rascacielos. Al ritual de la playa no renuncia ningún habitante de la ciudad.
En el sur de Brasil el clima es menos cálido y la vida parece más simple y más fácil que en la gran selva hostil y misteriosa. Es la zona de la pampa, de los inmensos llanos, un océano de hierba. Entre este paisaje variado se encuentran las cataratas de Iguazú. En lengua tupi-guaraní, Iguazú significa "agua grande" y estas cataratas, que se extienden a lo largo de tres kilómetros y poseen doscientos setenta y cinco saltos de agua, sin duda, son las cascadas más imponentes del mundo.
El brasileño es un pueblo mixto surgido de la mezcla de los blancos europeos, de los negros africanos descendientes de los esclavos y de las poblaciones indígenas. El mestizaje de razas y tradiciones es la clave de la riqueza cultural del país.
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